23 de febrero de 2007

Sin estar físicamente

Sonó el teléfono.
Recuerdo que estábamos en casa mi hermana y yo solas. Era mi tio. Recuerdo que lo cogió mi hermana. Y lo recuerdo perfectamente porque yo andaba por el comedor doblando ropa. Y al colgar me lo dijo: "- la abuela ha muerto-". Mi hermana siempre ha sido bastante fría. Ella ni se inmutó. No porque no quisiera a la abuela. A lo largo de los años me he dado cuenta de que cada uno tiene su particular y peculiar manera de querer. Así que ella simplemente se encargó de colgar, y llamar a mis padres. Sin más.
Yo recuerdo que me fui a mi cuarto. Me senté en la cama. No lloraba. Y fue la primera vez que me quedé en blanco. Solo recuerdo que pensaba: "-¿y por qué no me sale ninguna lágrima?-". Y mientras escuchaba como mi hermana, con poquísimo tacto, le decía a mi madre que la abuela había muerto, cogí mi albúm de fotos. Hacía años que no la veía. Que no habíamos bajado a Murcia a verla.
Es curiosa la vida... y la muerte. Respecto a la muerte de mi abuela sucedió algo que me hizo pensar. Pensar en si es posible o no, luchar contra ella en ciertas ocasiones y aunque sea levemente.
Mi abuela hacía meses que andaba enferma. No es que tuviera ninguna enfermedad en concreto. Aunque nunca lo supe, ni nunca lo pregunté. Creo que sufría de muchas cosas y todas ellas le fueron ganando poco a poco. Hacía unas semanas que estaba ingresada en el hospital. Nada hacía presagiar lo que pasaría, ni siquiera ese ingreso. Pero, aún así, mis padres decidieron ir a visitarla ante el alarmado tono de voz de mi tio al explicar la situación en la que se encontraba. Recuerdo que les pedimos, mi hermana y yo, poder ir a verla. Pero mis padres prefirieron que no. Nos dijeron que la abuela estaba muy demacrada físicamente. Había perdido el color de su piel y mucho peso. Y ellos preferían, ante lo que pudiera pasar, que la recordásemos como la recordábamos de la última vez que bajamos a Murcia a visitarla.
Mi abuela era lo más encantador que ha existido nunca. Era una mujer bastante grande, ancha que dirían algunos. Y tenía el pelo castaño, teñido claro. Tenía el pelo rizado, un rizo pequeño puesto que llevaba el pelo muy corto. Y siempre vestía de negro, pues llevaba años de luto. Recuerdo que tenía problemas con una de sus piernas, no recuerdo cual de ellas, y llevaba su cojera aguantada por un bastón. Pero recuerdo también, que a pesar de la edad, era presumida y le gustaba ir arreglada y guapa. Así que maquillaba sus ojos claros, un color que oscilaba entre verde oliva y azul. Nunca los vi con claridad porque eran bastante pequeños.
Por aquel entonces no entendí la decisión de mis padres de no dejarnos ir con ellos a verla. Hoy, después de tantos años, les agradezco que tomaran por nosotras aquella decisión.
El caso es que mis padres se tomaron aquel fin de semana para bajar a Murcia a visitar a mi abuela en el hospital. Creo que hacía meses, o quizá llegaba al año, que mi abuela no veía a mi padre, ni a mi madre. Y fue una visita corta, ya os digo, un fin de semana. Lo único que recuerdo de la visita de mis padres es que mi abuela preguntó por nosotras. Porque también habían bajado dias atrás mis tios de Barcelona con sus hijos a visitarla.
Y como os decía: que curiosa es a veces la vida... y la muerte. Como si mi abuela supiera que había llegado su momento, ese mismo domingo, el mismo día de la vuelta de mis padres, la muerte le ganó la batalla.
Mi padre siempre cuenta que ella aguantó. Aguantó hasta que pudo ver a sus tres hijos por última vez. Hasta que pudo verlos a todos y darles el último adiós. O al menos, hasta todo lo que pudo luchar. Y yo lo creo así también. Creo que mi abuela luchó hasta el último de sus alientos para poder ver a todos los que quería por última vez.
Dicen que una persona no se muere cuando desaparece físicamente. Sino que muere cuando empieza a ser olvidada. Y bueno... es muy triste decirlo, pero confieso que prácticamente no la recuerdo. No al menos, todo lo que me gustaría recordarla.
Sí que recuerdo su olor. Ese olor como de canela, tan dulce. Y recuerdo su cara y su sonrisa. Recuerdo esos vasos de leche que nos preparaba. Siempre con leche condensada, en vaso de tubo y con cuchara de mango largo, de esas que generalmente sirven para comer helado servido en copa.
Recuerdo la grandísima persona que fue.
Y después de cumplirse 10 años hoy de su muerte intento recordarla aún. O al menos, no olvidar los pocos recuerdos que me quedan de ella. Así, quizá, a pesar de los 10 años que hace que estamos sin ella físicamente, su recuerdo siga vivo.

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